Cuando las parejas deciden aceptar, ante Dios y ante la sociedad, el compromiso y la responsabilidad que conlleva empezar una relación íntima de amor y de entrega con quien han elegido, lo hacen deseando que dicha relación sea “para siempre”. Por eso juran amarse “en salud y enfermedad”, “en pobreza y en riqueza”, “en las alegrías y las tristezas.”

Pero la relación matrimonial no es estática sino que “está continuamente haciéndose” (Berger, 1971). A medida que van pasando los años, las necesidades individuales y de la pareja van cambiando y las circunstancias que les rodean van reclamando nuevos ajustes en la forma de percibir, entender, y sentir. Y para casi la mitad de las parejas Hispanas que viven en los Estados Unidos estas tensiones normales de crecimiento van acompañadas de los retos que conlleva el ser familias inmigrantes, en transición cultural.

En este caminar hacia la realización de la común unión matrimonial todas las parejas cuentan con una poderosa ayuda que no siempre recuerdan: la gracia del sacramento del matrimonio que ellos se administraron y que van haciendo realidad en su cotidiano vivir en común unidad. En algunas oportunidades la pareja necesita buscar ayuda externa y es entonces cuando los familiares, los ministros eclesiales, o los terapeutas vienen a jugar un papel importante. Su tarea no consiste en “arreglar” sino en “acompañar” a la pareja en crisis mientras juntos descubren formas “nuevas” de ver, de negociar, de relacionarse, de entender y de actuar en la realidad que confrontan.

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Los estudios y la experiencia que se desprenden del análisis de la migración Hispana nos muestran que la migración interrumpe el crecimiento interno de la pareja y crea procesos de confusión e inseguridad, desde el momento en que comienza a planearse: ¿comparten los dos el por qué y el para qué necesitan emigrar?, ¿merece la pena el riesgo que se corre?, ¿pueden los dos miembros de la pareja emigrar al mismo tiempo?, ¿tiene la pareja la opción de llevar con ellos a sus hijos?, etc.

Por regla general, los dos miembros de la pareja no emigran juntos sino que viene primero uno de ellos y más tarde, si las condiciones son propicias, viene el otro miembro, y después, si se puede, vienen los hijos. Este desmembramiento de la unidad matrimonial rompe las relaciones emocionales internas hasta ese momento logradas, debilita los patrones de comunicación alcanzados entre ellos, y crea un sentimiento nuevo de soledad al sentirse cada uno de ellos incompleto sin el otro.

Junto al desarraigo de su medio ambiente cultural y social, la pareja inmigrante experimenta también sentimientos de marginación debido al desconocimiento del lugar, del idioma y de las costumbres. Por eso es primordial que la pareja inmigrante se esfuerce en tener una comunicación franca y abierta entre ellos, para que puedan definir y fortalecer sus sentimientos, y para que discutan igualmente los desafíos y las incertidumbres que enfrentan. La comunicación es así la herramienta clave, capaz de sanar las heridas que el proceso migratorio trae a su relación y la que mejor puede reestablecer la vida emocional e íntima de la pareja.

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Hay muchas teorías que tratan de explicar por qué elegimos y nos casamos con una persona y no con otra. ¿Elegimos porque se parece a nosotros? ¿Elegimos porque es distinto que nosotros y de esa forma nos complementan? La elección del compañero(a) es un proceso que ambas partes van haciendo, la mayoría de las veces a un nivel inconsciente. Tal vez el primer momento sea de una mera atracción física pero después, y según el grado de madurez de las personas, algunas parejas se interesan realmente por saber si verdaderamente son compatibles, es decir, empiezan a examinar si hay valores, puntos de vista y características que comparten y que los pueden unir a pesar de las normales diferencias entre ellos.

Ahora bien, cuanto más similitud existen en una pareja, más fuerte y mejor se establece la unidad y la mutua valoración entre ellos. Pues, como dice la Teoría Social de la Validación cuanto más coincidencia existe en valores, criterios, expectativas e ideales que comparten los miembros de la pareja, más se refuerzan la propia imagen y el propio valor de cada uno de ellos (Véase Berscheid y Walster, 1969).

Esta búsqueda de esta similitud es algo que, según estudios, cada uno de nosotros realiza de forma inconsciente, pero regidos por los parámetros que traemos desde la niñez. Así, las muchachas eligen un compañero cuya forma de ser sea “similar” a la de los hombres de su casa, con los que se crió (padre, padrastro, hermano, primo, tío). De igual forma, el muchacho elige a una joven “similar” a aquellas que le ayudaron a desarrollar su definición de lo que es una mujer (madre, hermana, madrina, tía, prima).

Así mismo, las ideas acerca de las funciones y el papel que el hombre y la mujer deben tener dentro de un matrimonio las recibimos de lo que el medio ambiente y las tradiciones culturales nos enseñan al respecto. Por eso, cuando los miembros de una pareja crecieron y se educaron en ambientes culturales distintos, el proceso de ajuste entre ellos les supone más esfuerzo. Les exige que continuamente se pregunten entre sí el por qué de sus actitudes y se vean obligados a discernir de común acuerdo qué tipo de rol van a escoger dentro de su vida matrimonial.

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Todos estamos de acuerdo en que nos casamos para crecer juntos y vivir juntos –en las buenas y en las malas. Pero este compromiso adquiere rasgos particulares cuando debe vivirse en otro país, a causa de la migración a la cual muchas parejas y familias se ven forzadas. Este es un tema al cual la Iglesia le dedica continuamente espacios de reflexión en búsqueda de luces y soluciones que ayuden a los migrantes y las sociedades que los reciben. (Véase Juan Pablo II. 1981. Exhortación Apostólica sobre la Familia Familiaris Consortio. PPC, Madrid, España).

La migración trae consecuencias muy delicadas para la pareja y sus familias. Implica remover las raíces culturales e históricas de cada individuo para volver a plantarlas en nueva tierra. Pero además, trae consigo la interrupción del proceso de crecimiento interno a la pareja y la familia, hasta que se logre un nuevo ajuste a la situación. Pero si además el núcleo familiar se vio afectado por la separación geográfica de sus miembros, el reto se vuelve aún mayor. Del nivel de adaptación que posea la persona que migra dependerá en gran grado su ajuste a las nuevas condiciones y la posibilidad de que su crecimiento individual y familiar continúen, más allá de la crisis normal del primer momento.

Para el individuo, para el matrimonio, para la familia la migración conlleva una interrupción de todos los procesos de crecimiento para sobrepasar el dramático reto que la migración conlleva. Y si la migración conlleva la desintegración del núcleo familiar el reto es aún mayor.

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Crecemos cuando adquirimos nuevas formas de ver la vida, de entender, de relacionarnos, de comunicarnos, de tomar decisiones, y de actuar dentro de la experiencia matrimonial y familiar. Cuando un miembro de la pareja o de la familia crece, la pareja como tal se ve retada a hacer ajustes en su relación que correspondan a las nuevas circunstancias y necesidades de cada persona y de la pareja o la familia en general.

El crecimiento dentro del matrimonio y de la familia conlleva un período inicial llamado crisis. La palabra crisis se asocia con las palabras reto, cambio, desbalance, inestabilidad. La crisis es una oportunidad de crecimiento pero puede ser también una ocasión de estancamiento y de deterioro en las relaciones matrimoniales y en las relaciones familiares.

Dentro del matrimonio hay crisis que son predecibles y otras que nos toman de sorpresa, pero su magnitud o impacto en la vida de cada pareja depende tanto de la madurez y estabilidad emocional de cada persona, como del apoyo o presión del entorno.

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Dr. Gelasia Marquez is an immigrant clinical and bilingual school psychologist. Dr. Marquez has studies, researches, articles, and programs aimed to help immigrant Hispanic children, adolescents and families in their processes of transition after migration