Capítulo 1

El Secreto Mejor Guardado

Toda familia tiene más de un secreto que está oculto y nunca se transmite de una generación a la otra. Podría ser el alcoholismo de uno de sus miembros; o el abuso sexual—tal vez el acoso—cometido por un padre, abuelo, o un pariente; o tal vez es el adulterio de la esposa o el hijo extramatrimonial del esposo.

Mi familia de origen tiene algunos secretos bien guardados, pero supongo que el más secreto fue la enfermedad mental de mi tía materna. Su nombre era Margarita. Era bajita, delgada, y tenía hermosos ojos verdes. Era la menor de cuatro hermanos. Sé que comenzó a tener los "síntomas" (o "manías" como los llamaba mi madre) cuando estaba en su adolescencia tardía.

Uno de mis primeros recuerdos de su enfermedad fue una visita que hicimos a un santero en Jovellanos, un pueblo en Matanzas, Cuba, con la esperanza de que él pudiera sacar de Margarita todos los malos espíritus que la poseían. La santería es una religión politeísta cuyos seres divinos, u orishas, son antepasados deificados. Los santeros los invocan para resolver problemas. La Regla de Ocha Ifá, conocida como Santería, era uno de los cultos de origen africano más extendidos en Cuba, y el pueblo de Jovellanos era conocido por tener "los verdaderos" santeros.

En el momento de esta visita al santero yo era joven, tal vez menos de cuatro años de edad, porque no recuerdo haber estado allí con mis hermanos. Mi madre, mi abuela materna, Encarnación, mi tía Margarita, y yo fuimos a este pueblo a una hora en auto de nuestro pueblo natal, Central España, para verlo. Probablemente mi familia recibió testimonios o recomendaciones de otros creyentes que habían encontrado paz, salud, o buena suerte debido a la influencia de este hombre. Recuerdo que él se sentó en el suelo, totalmente vestido de blanco. El cuarto estaba oscuro, pero había humo saliendo de incienso quemándose dentro de pequeños calderos de hierro negros. Creo que era un hombre negro. Probablemente hizo algunos rituales, pero no recuerdo nada más de esa visita.

Otra imagen fuerte que viene a mi mente y está asociada con Tía Margarita es despertarme en medio de la noche y escuchar conversaciones en la sala: "Margarita se fue de la casa y anda suelta." Mi tío materno Manuel le estaba diciendo a mi madre mientras mi padre se vestía rápidamente para correr y buscarla. La encontraron en medio de un cañaveral, en posición fetal, con la mente perdida. Recuerdo que la trajeron a casa y mi madre le limpió la cara y el cuerpo, le cambió la ropa con amor y con esa bondad especial que siempre encontré en mi madre cuando estaba cuidando a su hermana. Mi madre le dio una bebida caliente y trató de calmarla con palabras dulces y caricias cálidas. Entonces mi padre vino con un taxi alquilado y él y mi tío materno mayor, Baldomero, la llevaron a la Quinta Covadonga, un hospital de salud en La Habana patrocinado por inmigrantes de Asturias, España. Margarita estuvo en el pabellón de enfermedades mentales para mujeres por un tiempo.

Mi madre y mi abuela Encarnación nunca dejaron de luchar por la salud de Margarita. Quiero enfatizar el hecho de que la abuela Encarnación y mi madre, Gelasia Alés, nunca se rindieron. Cuando le preguntaban a mi padre qué tenía Margarita, él repetía el diagnóstico recibido de los doctores en La Habana, sin entender su alcance y naturaleza de la enfermedad. Margarita sufría de esquizofrenia paranoide, uno de cinco subtipos de esquizofrenia. Sus características principales son una preocupación con una o más alucinaciones o frecuentes alucinaciones auditivas. El contenido delirante (las creencias) de la persona con esquizofrenia paranoide está marcado por grandiosidad o persecución, o ambas. La ira, irritación, o comportamiento argumentativo pueden ser las características más prominentes, así como los celos extremos.

Sin embargo, cuando le preguntaban a mi madre qué tenía Margarita, ella repetía que Margarita estaba mala de los nervios, pero que se recuperaría un día cuando se encontrara "la cura correcta". Debido a eso, mi padre, mi madre, y mi abuela siempre estaban buscando nuevos lugares o nuevos doctores o nuevos medicamentos o remedios que pudieran revertir el curso de la enfermedad. Ese nivel de compromiso con la cura de Margarita fue algo que comencé a darme cuenta en mis primeros años adultos—cuando comencé a estudiar psicosis y enfermedad mental. Desde ese momento, no solo los admiré profundamente, sino que me hizo sentir muy orgullosa de mi familia.

Estaba especialmente orgullosa de mi padre, quien jugó un papel muy importante en la vida de mi Tía Margarita. Él era la persona que siempre tenía las conexiones, porque tenía muchos amigos dentro de las "Masonerías" y porque "los masones eran una fraternidad todos para el que está en necesidad," como solía decir. No recuerdo a mi padre discutiendo el dinero que se necesitaba para encontrar la cura. Él siempre era el que viajaba con Margarita y algún otro pariente a los diferentes hospitales en la capital La Habana, o el que iba a llevar a Margarita de los hospitales a la casa de mi abuela en Reglita, la parte suburbana pequeña y pobre del Central España donde mi abuela vivía con su hijo menor, Manuel.

En la década de 1940, había un psiquiatra cubano que se hizo famoso por traer a Cuba el tratamiento de Electro-Shock para pacientes mentalmente enfermos. Él construyó una clínica completamente nueva, Hospital Galigarcia, a la entrada de la capital La Habana con árboles y jardines para que los pacientes disfrutaran de actividades al aire libre en lugar de tenerlos en pabellones cerrados, a veces con barras cerrando la entrada y grandes llaves para abrir los casilleros. Todavía me pregunto cómo mi familia pobre consiguió el dinero para llevar a Margarita a esa sofisticada clínica psiquiátrica. Ella fue una de las primeras personas que recibió el tratamiento. Una vez por semana durante aproximadamente dos meses mi padre alquiló un taxi y viajó durante cinco horas a La Habana para llevar a Margarita para el tratamiento de Electro-Shock. Él esperaba su recuperación después de esto, y regresaba con ella a Reglita. Ella mejoró notablemente después de las ocho sesiones, pero unos pocos meses después comenzó a deteriorarse de nuevo así que regresó a La Quinta Covadonga por el resto de su vida.