Capítulo 4

José George Thomas

José George Thomas era mi hermano mayor. Nació el 3 de diciembre de 1937, apenas once meses después de que mis padres se casaran y once meses antes de que yo naciera. Es fácil imaginar las expectativas y esperanzas que mis padres habían depositado en él. Era el hijo de un inmigrante asturiano y una mujer española-cubana de primera generación. Era el primogénito, el que iba a llevar no solo el apellido Marinas, sino también el que se suponía que cumpliría sus sueños.

Era un bebé muy hermoso: fuerte, rubio, y con grandes ojos negros. Se llamaba José por mi padre, y George Thomas por su padrino, el administrador del Central España. Supongo que el administrador y su esposa estaban muy contentos con este ahijado porque construyeron un cuarto nuevo en la casa de mis padres solo para él. Era un cuarto con un hermoso piso de mosaico de verde y rojo, blanco y dorado. Incluso le compraron un juego de dormitorio con el elefante volador de Walt Disney en la puerta del armario y en la cabecera y pie de la cama.

Me dijeron que él me dio mi apodo Nena. Mis padres contaban que cuando le pedían que me cuidara, o me señalaban y me llamaban "la nene", él siempre repetía "la Nena". Ambos padres me lo contaron con orgullo, una y otra vez. Yo solía mirar las fotos que mi madre tenía de él solo o de él conmigo e imaginaba a él y a mí jugando juntos, tomados de las manos mientras caminábamos por el portal de la casa. Y me imaginaba cuando acompañábamos a mi madre a visitar a abuela Encarnación en Reglita. No sé cómo ni por qué, pero siento que él ha sido y sigue siendo mi compañero en la vida.

También tengo una imagen recurrente asociada con José George Thomas, una imagen que ha estado conmigo siempre. Me veo parada en una esquina del portal de la casa de mi tío Baldomero, al otro lado de la calle de la casa de mis padres. Si cierro los ojos veo mis manitas agarrando la baranda de la galería y mirando hacia mi casa, hacia las personas y flores que estaban entrando a mi casa. Tenía alrededor de dos años y medio cuando él murió, y aunque no tenía edad para entender, sabía que algo inusual había pasado. Siento tanto dolor dentro de mi corazón cuando, una vez más, reproduzco mentalmente la imagen. Sabemos que toda experiencia emocionalmente significativa—ya sea gozosa o dolorosa—se almacena en la memoria y tiene un impacto duradero en el sistema nervioso en desarrollo de un bebé. Más aún, he aprendido que recordamos toda emoción y sensación física desde nuestros primeros días, y aunque no tenemos claridad sobre los eventos que tuvieron lugar, esas memorias influyen nuestras vidas para siempre. Conociendo todos estos factores, me pregunto qué efecto tuvo la muerte de José George Thomas en mi psique, especialmente el día después de su entierro cuando regresé a mi casa con mis padres.

José George Thomas murió a los tres años y medio como resultado de una infección gastrointestinal. He escuchado la historia de boca de mi madre y de boca de mi padre una y otra vez. Siempre la misma historia. Siempre con el mismo tono, con las mismas emociones. Sus palabras estaban creando en mi imaginación, una por una, las diferentes imágenes que traumatizaron a mis pobres padres eternamente. Decían: "Estuvo muy enfermo por unos días. El Dr. Angulo había intentado todos los remedios posibles. Decidieron llevarlo a La Habana, la capital, para ver a un buen especialista. Tomaron un auto alquilado, mi padre adelante con el chofer y mi madre en el asiento trasero con el Dr. Angulo y José George Thomas en su regazo. Cuando estaban cerca de El Cotorro, un pueblo pequeño en la periferia de La Habana, él murió." Y mi madre regresó con su hijo muerto en su regazo por casi tres horas mientras manejaban al Central España para su funeral.

El escultor italiano Miguel Ángel convirtió un pedazo gigante de granito en la famosa Piedad—la Santísima Madre María con su Hijo en su regazo después de Su crucifixión. Cada vez que veo esa pieza de arte, pongo a mi madre en su lugar y a José George Thomas en el lugar de Jesús. La imagen tiene tanto impacto en mí que durante mi juventud compré una pequeña reproducción de la Piedad. Miraba esa pieza de arte como si no fuera la obra de Miguel Ángel sino como si fuera una reproducción de una parte muy importante de mi historia, de la historia de mis padres, de la historia de mi familia. Esa pieza estuvo conmigo hasta que salí de Cuba. La dejé en la casa de mi madre y nunca pregunté dónde quedó cuando mi hermana Yoya salió de Cuba en 2001.

En 1961, mi padre decidió retirarse de su trabajo en el Departamento Comercial del Central España, y vino a vivir con nosotros en La Habana. Una de sus últimas visitas al Central España fue para traer los restos humanos de José George Thomas para colocarlos en El Cementerio de Colón, en el Panteón de los Masones. Mi hermano mayor estaba en una pequeña caja de granito del tamaño de una caja de zapatos. Como mi padre llegó después del atardecer y el cementerio ya estaba cerrado, mis padres pusieron la caja en la mesa del comedor con unas pocas velas junto a ella y ambos pasaron su última noche juntos con él: ambos con su primogénito, con José George Thomas.

Cuando fui a Cuba en 2009 pude encontrar en el mismo mausoleo, cerca uno del otro, a mi madre, mi padre, mi abuela Encarnación, y José George Thomas. Mi familia de origen estaba allí en Cuba, en El Cementerio de Colón. Y mi hermano, mi hermana, y yo estamos aquí, en el exilio.

Desde que salí de Cuba, he tenido un pequeño altar en una repisa de mi cuarto. Allí tengo una pequeña escultura de Nuestra Señora de la Caridad, la Patrona de Cuba. Al lado tengo la foto de mi padre vestido con el atuendo del rito masónico, la última foto de mi madre, una foto de mi hermano José George Thomas y yo, y una foto de mis otros dos hermanos, José Néstor y Gloria, asemejando la misma posición que José George Thomas y yo teníamos. Cada semana pongo flores frescas en la repisa, y cada día enciendo una vela. Ellos representan mi pasado y mi presente; fueron y son mi historia personal, entonces y ahora.