Durante doce años viví en internados católicos. Mis modelos femeninos desde los seis hasta los dieciocho años fueron las monjas. Observar, experimentar, y admirar su compromiso, dedicación, y generosidad, así como su espíritu de sacrificio, era parte de mis rutinas diarias. Además, crecí escuchando las palabras vocación, vida consagrada, y vida religiosa. A lo largo de la educación secundaria, participé en retiros espirituales, muchos de ellos siguiendo los principios de los ejercicios espirituales de San Ignacio de Loyola. Permíteme tomar unos minutos para explicar el impacto de esos retiros en mi vida.
La mejor definición de esas experiencias de retiro espiritual se puede encontrar en el Diccionario Webster. Define retiro como "un período de retiro o reclusión, especialmente uno dedicado a la contemplación religiosa lejos de las presiones de la vida ordinaria." Una pieza importante en todas estas experiencias espirituales siguiendo el método jesuita era encontrar cuál era el plan de Dios para nuestras vidas, cuál era nuestro llamado, nuestra vocación, para qué, por qué y cómo (el para qué, el por qué, y el cómo de mi existencia en la vida). Cada año escuché y medité las palabras de San Ignacio: "Es Mi voluntad conquistar todo el mundo y todos los enemigos y así entrar en la gloria de Mi Padre; por lo tanto, quien quiera venir Conmigo debe trabajar Conmigo, para que siguiéndome en el dolor, también pueda seguirme en la gloria." Durante los últimos dos años en la escuela más de una maestra, o monja, o incluso compañera me preguntó y/o me habló sobre "convertirme en monja". Recuerdo dar tiempo para meditar en la idea y aunque nunca la rechacé totalmente no la acepté como una posibilidad.
En las primeras horas del 1 de enero de 1959, el destino de mi país entró en un período de crisis total y cambio con la huida de Cuba de su presidente, Fulgencio Batista, y la llegada de Fidel Castro y su revolución marxista-leninista. Fue un cambio radical en muchas áreas de nuestras vidas, pero también fue un cambio progresivo en los valores, costumbres, hábitos, y maneras de pensar, relacionarse, y ser de la población cubana. No conozco ninguna persona que fuera capaz de anticipar la magnitud de lo que iba a pasar después de ese día. No quiero dar la impresión de que no había esperanza por un cambio positivo. Casi todos los cubanos rechazaron el estatus de dictadura de la isla después del golpe de estado de Batista el 10 de marzo de 1952. Por seguro todos los cubanos, sin importar cuáles fueran sus inclinaciones políticas, sintieron alivio con la idea del fin de la persecución interna y la lucha de guerra. Todos los cubanos estaban mirando hacia un futuro mejor y cuando gente como mi padre decía, "Esto es comunismo, lo huelo," no le creíamos porque, "Qué va... los cubanos aguantan todo menos comunismo." (De ninguna manera, los cubanos nunca apoyarán el comunismo.) Aquellos con buena memoria para la historia recordarán intervenciones previas del gobierno americano y añadirán, "Los americanos no van a permitir comunismo a noventa millas." Era solo cuestión de ser pacientes. Incluso más, "Mientras peor se pongan las cosas, mejor será... Pronto vendrá la intervención."
Una de las primeras medidas que afectó mi vida fue la resolución de que todos los grados y títulos obtenidos en universidades privadas por niños bien (para aquellos que tenían medios para) mientras las universidades públicas estaban cerradas se volvieron invalidados. De un día para el otro, las calificaciones obtenidas en la Universidad Santo Tomás de Villanueva se convirtieron en "papel mojado" sin valor alguno en Cuba.
Hacia la última semana de enero, fui a buscar trabajo y encontré uno como vendedora en el departamento de Perfumería en la tienda departamental La Época. Fue una buena experiencia que me permitió conocer mucha gente. Por ejemplo, en julio de 1959, cuando la ciudad de La Habana estaba preparando su primer carnaval después de la revolución, fui invitada a ser parte de una carroza representando uno de los municipios de la provincia de La Habana. Acepté y nuestra carroza obtuvo el tercer premio. Aunque me gustaba mi trabajo en La Época, quería algo mejor, así que hacia el final de 1959 apliqué para una posición como recepcionista en una firma de contabilidad y obtuve el trabajo.
Mientras tanto, los obispos católicos como grupo e individualmente empezaron a escribir declaraciones ("Pastorales") llamando la atención de los feligreses y del gobierno a medidas "revolucionarias" impopulares que se estaban tomando. Entre ellas, las "intervenciones" de negocios privados, los llamados "juicios sumarios" que eran pantomimas reales de justicia hechas contra los llamados enemigos de la Patria, los infames fusilamientos, los encarcelamientos de todos los que eran acusados de no estar de acuerdo con el gobierno, las coletillas (comentarios) hechas por los nuevos supervisores de los periódicos a los diferentes artículos publicados, y así sucesivamente. El departamento de catequesis del Arzobispado de La Habana lanzó una campaña con el eslogan "Este niño será creyente o ateo." (Este niño será fiel o ateo.) La campaña sacó a la luz y dio voz a parte de los miedos que los cubanos empezaron a sentir.
Había muchos rumores, muchos cambios, muchas comparaciones entre esta revolución y otras situaciones experimentadas por nuestros padres, parientes, o amigos. Sin duda era una verdadera "revolución" en todas las áreas de la vida cubana. Los pilares de la democracia reflejados en la constitución del año 1940 fueron derribados uno tras otro: "Elecciones, para qué" (Elecciones para qué), "Pá tras ni para coger impulso" (Hacia atrás ni para tomar impulso), "Fidel, seguro a los Yankis dale duro" (Fidel golpea duro a los Yankees). Antes de que el primer año terminara, el presidente que fue designado para reemplazar al Presidente Batista fue derrocado de un día para el otro por uno más manejable. El tono del día era incertidumbre, con una actitud de "Vamos a ver qué va a pasar hoy." El poder para tomar decisiones y designaciones, establecer prioridades, y, además, el poder para ignorar los principios de la constitución de 1940 estaban en las manos de solo una persona: Fidel Castro. Usó los medios y los mítines para proclamar cualquier cosa que había decidido o se le ocurría en ese momento y presentarla como esencialmente necesaria para "el bien de Cuba." Si la gente necesitaba estabilidad en sus alrededores para crecer segura y mentalmente sana, después del 1 de enero de 1959, los alrededores de los cubanos cambiaron de un momento al otro, de un día al otro, y nunca sabías qué iba a ser lo siguiente.
El pueblo cubano no tenía una historia de migración a otros países. Las familias de clase alta y media mandaban a sus hijos a estudiar al extranjero, los profesionales solían ir a los Estados Unidos a estudiar o hacer una pasantía, pero usualmente regresaban y continuaban sus vidas en Cuba, trabajando para negocios u organizaciones cubanas o americanas. Lo que Cuba tenía era una tradición de recibir migrantes. Cuba era el paraíso de inmigrantes de Europa, Asia, América Latina, y el Caribe. Ahora, lentamente este camino se volteó y los cubanos empezaron a emigrar: primero los dueños de negocios que habían hecho que Cuba se moviera económicamente para convertirse en la isla más importante del Mar Caribe y un estado competidor con el resto de América Central y del Sur. Después de ellos, los profesionales, los dueños de pequeños negocios, y aquellos miembros de los partidos políticos organizados—gente que pensaba diferente de los que estaban en el poder y consecuentemente eran llamados "traidores," "gusanos," o "vendepatrias."
Al mismo tiempo, más o menos, empezó la Operación Peter Pan, uno de los episodios más tristes de los primeros años de la revolución. El gobierno de los Estados Unidos, el Arzobispado Católico Romano de Miami, y unos pocos cubanos que trabajaron como coordinadores coordinaron la operación Peter Pan. Entre 1960 y 1962, más de 14,000 niños fueron enviados de Cuba a Miami por sus padres. La operación fue diseñada para transportar a los hijos de padres que se oponían al gobierno revolucionario, y después fue expandida para incluir a hijos de padres preocupados con rumores de que sus hijos serían enviados a campos de trabajo soviéticos. Con la ayuda del Arzobispado Católico Romano de Miami y Monseñor Bryan Walsh, los niños fueron colocados con amigos, parientes, y hogares grupales en treinta y cinco estados. Hay una lista detallada y bien documentada de niños que migraron solos, dejando a sus padres atrás, pero esa lista está incompleta. No documentó lo que significó para esos padres, su dolor mientras hacían el máximo sacrificio, ya que prefirieron la separación en lugar de ver a sus hijos adoctrinados con principios e ideas extranjeras. He tenido el privilegio de aprender de primera mano sus historias, ambos lados. He leído sus libros de reflexión—sin duda; este fue uno de los períodos más críticos y dolorosos para la familia cubana.
La Diáspora empezó con la esperanza de regresar muy pronto: "Pá Nochebuena estamos acá." (Para Nochebuena estaremos de vuelta.) La emigración de cubanos estaba dejando familias, instituciones, y comunidades rotas. Cada vez que ibas al aeropuerto a decir "adiós" a un amigo, sentías el dolor dentro de ti y la certeza de que las cosas nunca serían iguales.
Ni siquiera en mi peor pesadilla pensé que la Iglesia Católica con sus instituciones iba a ser tan profundamente afectada por la llamada revolución. Lentamente, la nueva realidad me estaba empujando a aceptar que el fin de mi mundo estaba llegando—a veces a un ritmo muy rápido. Día a día, empecé a involucrarme más y más en mi trabajo dentro de la Iglesia Católica. Sentía que si hacía mi parte podía parar y no escuchar los ruidos de derrumbe que estaban anticipando el tumulto que venía. La primera parte del tumulto vino con el famoso mitin del 1 de mayo de 1961, cuando Fidel Castro declaró la intervención de todas las escuelas privadas y religiosas. Consecuentemente, los sacerdotes, hermanos, y monjas involucrados en la educación privada en escuelas católicas empezaron su éxodo, dejando atrás años de trabajo entusiasta y dedicado por toda la isla de Cuba. Cuando salieron de Cuba, sentí como si el suelo bajo mis pies no solo se hubiera sacudido, sino que me quedé sin un punto de referencia en mi vida.
Alrededor de esa época del año, el dueño de la firma de contabilidad donde empecé a trabajar a finales de 1959 salió de Cuba con su familia. Antes de irse, le pregunté si podía obtener tres exenciones de visa: una para mi hermano, una para mi hermana, y la tercera para mí—para que pudiéramos viajar a Miami como muchos otros jóvenes estaban haciendo en ese momento. Queríamos reiniciar nuestra vida allá, y después de que nos instaláramos podríamos traer a nuestros padres también. Las tres exenciones de visa llegaron en agosto de 1961 con los tres boletos de avión en Aerovías Q a Miami. Pensé que esta era la oportunidad de abrir la puerta de "escape" para toda la familia. A mi padre le gustó la idea, pero no me apoyó. Mi madre se opuso totalmente a la idea, no dando razones pero considerándola como una ofensa y "a traición" (una traición) a mis padres después de todos los sacrificios que habían hecho por mí. Mi hermano y mi hermana no discutieron la idea y no me dijeron que era buena o que no era buena. No tenía la energía para pasar por otro "drama familiar," así que los tres boletos y visas se desperdiciaron. Le escribí a mi benefactor y le expliqué que mi familia aún no estaba lista para tomar una decisión como esa.
Mientras tanto, los cubanos estaban esperando una solución de Washington. El 17 de abril de 1961, una fuerza armada de aproximadamente 1,500 exiliados cubanos desembarcó en la Bahía de Cochinos (Bahía de Pigs) en la costa sur de Cuba. Entrenados desde mayo de 1960 en Guatemala por miembros de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) con la aprobación de la administración de Eisenhower, y provistos con armas por el gobierno de EE.UU., los rebeldes intentaron fomentar una insurrección en Cuba y derrocar el régimen comunista de Fidel Castro. El ejército cubano fácilmente derrotó a los cubanos entrenados por la CIA y para el 20 de abril la mayoría estaban muertos o capturados. Mal planeada y ejecutada, la invasión sometió al Presidente Kennedy a severas críticas dentro y fuera de Cuba.
En el mismo fin de semana de Bahía de Pigs, Fidel Castro tuvo un mitin en una esquina central del Vedado (Calle Doce y Avenida Veintitrés). Durante el mismo, proclamó a Cuba como el primer país socialista-comunista en América. Después de esos dos eventos, poco o nada se podía hacer internamente para derrocar al régimen, y el gobierno lo sabía. Castro se movió para eliminar toda posible interferencia ideológica con su intención.
En septiembre de 1961, durante la noche, los milicianos fueron, iglesia por iglesia, por toda la isla de Cuba y removieron a cada sacerdote que estaba en una lista—de origen español y de origen cubano. Cuando todos los 131 sacerdotes, incluyendo al obispo auxiliar de La Habana Eduardo Boza Masvidal estuvieron en la capital fueron forzados a tomar el barco español Covadonga a España. El clero de Cuba fue reducido a más o menos cien sacerdotes para ministrar a diez millones de cubanos que se declaraban católicos. Sin duda el gobierno estaba haciendo todo lo que estaba en sus manos para borrar a Dios de Cuba.
Durante el verano de 1961, la firma de contabilidad donde estaba trabajando fue intervenida por el gobierno y perdí mi trabajo el mismo día que la intervención tuvo lugar. Unos meses antes de la intervención, un sacerdote que trajo panfletos de una comunidad religiosa recién fundada—un instituto secular—llamada Cooperadoras Diocesanas visitó a uno de los dueños de la firma. Leí el panfleto y le hice varias preguntas sobre la misión, los requisitos, y su alcance espiritual. Un instituto secular es una organización de individuos que son personas consagradas—profesando los consejos evangélicos de castidad, pobreza, y obediencia—mientras viven en el mundo, a diferencia de los miembros de una orden religiosa que viven en comunidad. Los institutos seculares primero recibieron reconocimiento papal del Papa Pío XII en Provida Mater Ecclesia (1947). Un día después de que la firma de contabilidad fue intervenida, llamé al número de teléfono que aparecía en el panfleto y fui invitada a acompañar a dos de las miembros el próximo domingo mientras hacían su ministerio. Era fácil entusiasmarse con ellas. No tenían distinciones externas; estaban vestidas como yo estaba vestida. Incluso mi maquillaje era ligero comparado con el de ellas. Eran personas "normales" consagradas a trabajar en el mundo por amor a Dios. Después de unas pocas visitas apostólicas, fui invitada a visitar su casa de formación llamada Remanso.
Después de unas pocas entrevistas con el sacerdote director de la comunidad, y con dos de las miembros de la comunidad, el 7 de octubre de 1961, empecé mi período llamado Postulantado. Les dije a mis padres sobre mi intención de mudarme a Remanso unos días antes del siete de octubre. Aunque sentí dolor, remordimiento, y decepción conmigo misma por no honrar sus lágrimas y argumentos, en esta oportunidad no me detuve ni dudé en mi propósito.
Hay un poema dramático escrito por un escritor español, José María Pemán, llamado "El Divino Impaciente." La pieza es la historia del misionero San Francisco Javier y sus diálogos con San Ignacio de Loyola. Apenas unos meses dentro de mi vida de formación como Cooperadora Diocesana, declamamos esta pieza entre nosotras. Tuve el privilegio de representar a San Francisco Javier. Era una tarea muy [intensa]. Mi "vocación" era esencialmente misionera. Realmente quería llenar el vacío dejado por los sacerdotes removidos de sus parroquias y el vacío dejado por las monjas haciendo formación religiosa. Realmente quería "sostener" a Dios en Cuba, y para eso fervientemente realicé los deberes asignados a mí: enseñé el catecismo a niños, padres, y adolescentes. Preparé a católicos para la recepción de los sacramentos, aconsejé a gente en angustia, acompañé a padres cuyos hijos emigraron, ayudé a esposas cuyos esposos estaban en la cárcel, contribuí a la preparación de más catequistas, y así sucesivamente.
Los primeros años estuvieron totalmente dedicados a superar mis dificultades personales para poder encajar en la comunidad y ser capaz de realizar mi trabajo según el espíritu de las Cooperadoras Diocesanas. Además, como creía firmemente en la importancia y fuerza poderosa del testimonio, trabajé muy duro en mis maneras de sentir, pensar, y actuar para poder ser y vivir según el Evangelio sin importar cuáles fueran las circunstancias, los desafíos, y las dificultades que enfrentaba cada día.
Esos años estuvieron tan centrados en mí misma y en mi trabajo apostólico que no noté los llamados "comportamientos fuera de contexto" y los comentarios sobre el sacerdote a cargo de la comunidad. Hacia el final del tercer año en Remanso fui enviada a visitar algunas diócesis para enseñar a nuevos catequistas en formación. Dos incidentes importantes sacudieron mi espíritu: primero, en la ciudad de Camagüey un sacerdote hizo comentarios sobre la integridad personal del sacerdote a cargo de la comunidad y la malicia de sus comentarios también tocó a las miembros de la comunidad. Y, segundo, unos días después, cuando empecé a dar una presentación sobre Sacramentos en una parroquia del arzobispado de Santiago de Cuba, su conocido arzobispo me llamó a su oficina y en un modo y tono de voz muy expresivo y autoritativo me prohibió a mí y a nosotras, las Cooperadoras Diocesanas, visitar o trabajar en su arzobispado. Cuando le pregunté la razón, me respondió, "Pregúntale al sacerdote a cargo. Él debe saber por qué."
Lo hice cuando regresé a La Habana. Compartí con él ambas experiencias—los comentarios en la diócesis de Camagüey y el rechazo del arzobispo de Santiago de Cuba. No le dio importancia a ambas situaciones sino que las etiquetó como resultado de envidia y problemas personales de parte de los otros.
Mi siguiente memoria de ese año, mi tercer año en la comunidad, fue el retiro para preparar a un grupo de nosotras para profesar, por primera vez, nuestros consejos evangélicos de castidad, obediencia, y pobreza. Estos votos iban a ser renovados cada año. Era el veinte de mayo de 1965. Unos días después de este día muy importante de mi vida, otra Cooperadora y yo fuimos asignadas para comenzar la primera fundación fuera de Remanso en la ciudad de Palmira, diócesis de Cienfuegos. El año que pasé en Palmira fue el año más feliz y satisfactorio de mi vida con las Cooperadoras Diocesanas. Trabajamos desde la mañana hasta la noche no solo en Palmira sino también en pueblos cerca de Palmira y en respuesta a invitaciones de otros sacerdotes a cargo de parroquias por toda la provincia de Las Villas.
Después de que el año terminó, fui llamada de vuelta a Remanso. En ese momento la comunidad tenía otras dos casas en la ciudad de La Habana: una en Miramar y una en Arroyo Naranjo. Había caras nuevas pero muchas otras caras familiares habían abandonado la comunidad. Algunas de ellas se fueron porque sus familias tenían planes previos para viajar a Estados Unidos o a España y emigraron con ellas. Pero otras renunciaron porque se sentían incómodas ahí, como dos de ellas me dijeron cuando pregunté. Entre las miembros que todavía estaban en la comunidad había unas pocas cuyas familias salieron de Cuba pero ellas mismas decidieron quedarse atrás. Durante el año que estuve en Palmira los comentarios viniendo de sacerdotes y laicos sobre las malas acciones del sacerdote a cargo no habían cesado. Además, en una visita hecha a Remanso antes de ser llamada a servir ahí dos de las pocas miembros "mayores" de la comunidad se me acercaron para compartir y discutir sus preocupaciones.
Solo unos meses después de que regresé a Remanso el sacerdote a cargo de la comunidad fue a quedarse en la Nunciatura Apostólica de La Habana por unas semanas y después, salió de Cuba a España. Fuimos informadas de que estaba muy enfermo debido a problemas en su espalda y necesitaba cirugía, pero también que fue a España para crear una nueva casa de Cooperadoras Diocesanas ahí—aproximadamente al mismo tiempo dos miembros de la comunidad viajaron a España y fui asignada para estar a cargo de las Cooperadoras Diocesanas en Cuba.
Unos días después de su partida todas nosotras, las Cooperadoras Diocesanas que permanecimos en Cuba, nos sentamos a hablar y analizar nuestra situación. Fue una experiencia fiel y veraz, gloria a Dios por ello. Juntas, diseñamos un plan con dos objetivos principales: reforzar nuestros lazos con la jerarquía y sacerdotes de todas las diócesis de Cuba proporcionando información sobre nosotras mismas, nuestra formación, y nuestra visión pastoral y posible trabajo apostólico, y fortalecer nuestra formación espiritual y religiosa mientras sanábamos de las experiencias previas. Consecuentemente, empezamos a recibir clases de escrituras, liturgia, historia de la iglesia, moral, y ética de los mismos sacerdotes que estaban enseñando en el Seminario de La Habana. Además, aquellas Cooperadoras Diocesanas que solicitaron atención más especializada para recuperarse emocionalmente de sus heridas empezaron a recibir cuidado psicológico y psiquiátrico de un psiquiatra católico muy conocido. Finalmente, claramente decidimos y definimos que no queríamos ser responsables ante ninguna autoridad eclesiástica otra que los obispos de las diócesis donde estábamos trabajando. Yo, como persona a cargo de la comunidad, asumí toda la responsabilidad por el bienestar de las personas bajo mi cuidado, y era responsable ante el arzobispo de La Habana con quien me reunía cada dos semanas. El arzobispo asignó a un sacerdote de la orden de los Capuchinos que había venido recientemente de España para ir a celebrar Misa y atender las necesidades espirituales de las miembros. El Padre Pablo atendía ambas casas, Remanso (casa de formación) y Bethel (casa de acción apostólica). Los días que el Padre Pablo no celebraba Misa caminábamos a la parroquia donde pertenecía Remanso y cuando no celebraba Misa en Bethel las miembros caminaban a la parroquia donde pertenecía Bethel para participar en Misa ahí.
El tiempo pasó y empezamos a ser conocidas por nuestro trabajo, nuestra buena formación, y nuestra disposición espiritual de servicio. Nuevas vocaciones empezaron a llegar. De menos de veinte hermanas nos movimos a un poco más de cincuenta en solo tres años de oración y trabajo pastoral. Me sentí y me siento muy orgullosa de todas y cada una de mis hermanas en la comunidad en Cuba. Nadie hizo nada más que sobresalir en su esfuerzo generoso para estudiar, trabajar, y crecer en su vida espiritual y en su devoción pastoral. Y sin ninguna duda puedo decir que todas y cada una de ellas modestamente contribuyeron a construir la iglesia de Dios en Cuba durante esos años.
Lamentablemente, a pesar de nuestros esfuerzos la sombra sobre nuestra identidad e integridad todavía estaba ahí, presentándose en prohibiciones para visitar o trabajar en ciertas parroquias y/o diócesis, o en la forma de comentarios o ironías, como "¿Has escuchado lo que está pasando en España?" o "Pero ustedes pertenecen al mismo grupo que está en España, el de... ¿no?" O expresando falta de confianza en cualquier buen trabajo que estuviéramos haciendo ahora porque "Árbol que crece torcido jamás su tronco endereza." (El árbol que crece torcido nunca se enderezará). O continuamente vinculando nuestras palabras y acciones con las malas acciones hechas en Cuba antes por el sacerdote a cargo de la comunidad hasta que se fue. O haciendo preguntas como "¿Qué está pasando con las Cooperadoras, están aquí o allá?" y "¿A quién ustedes/ellas rinden cuentas?" Otras preguntas eran "¿Hasta cuándo van a estar sin un sacerdote que haga su supervisión?" y "¿Son ustedes las mismas o nuevas?" Además, no solo los miembros del clero estaban haciendo comentarios sino también aquellas mujeres jóvenes que contemplaban la posibilidad de unirse a nosotras venían a verme con más o menos la misma línea: "Fulana me dijo que..." o "¿Es verdad que?" Comentarios, preguntas, comentarios, preguntas, comentarios. Trabajamos muy duro para sobrevivir la nube gris sobre nosotras con la esperanza de que, finalmente, se fuera en unos años más. Estaba totalmente segura de que nuestras intenciones y acciones le dirían a todos quiénes éramos. Pero lo que es cierto es que en lugar de disminuir los comentarios y preguntas, aumentaron con nuestras buenas acciones.
Al comienzo de enero de 1969 empecé un proceso de consulta con diferentes sacerdotes, miembros mayores de nuestra comunidad, y personas estrechamente relacionadas con nosotras. Después de meses de discernimiento tratando de encontrar ideas para preservar a las miembros de la comunidad y la comunidad en Cuba, pensamos en la posibilidad de acercarnos al arzobispo de La Habana con el propósito de enumerarle las dificultades que estábamos enfrentando. Pensamos proponerle una posible disolución de nuestra comunidad en Cuba, para traer una solución al impasse, antes de reagruparnos otra vez después. Compartí la idea con las "mayores" del grupo. El 1 de mayo de 1969, fuimos a visitar al arzobispo. Escuchó pero no trató de persuadirnos de cambiar nuestras mentes, ni nos presentó un enfoque diferente. Simplemente aceptó nuestra disolución, como si le estuviéramos dando un sentido inesperado de alivio.
No voy a relatar todos los detalles que "la disolución" llevó en la práctica. No voy a repasar las diferentes dificultades que enfrenté dentro y fuera de la comunidad después del 1 de mayo. Hubo ira y resentimiento con la decisión dentro y fuera de la comunidad. Estaba realmente devastada, principalmente porque era la persona responsable de la comunidad y no había podido salvarla. Me sentí devastada porque nunca contemplé la posibilidad de nuestra disolución. Tenía fe en nuestro buen trabajo; estaba totalmente segura de que podíamos y superaríamos las dificultades enfrentadas a lo largo de esos tres años. De la misma manera que acepté la responsabilidad de trabajar como coordinadora principal de las cincuenta y dos miembros de la comunidad así como la casa de formación y de las cuatro casas de ministerio pastoral. Acepté y acepto mi responsabilidad por todo el proceso de su disolución.
Parte de esa responsabilidad era pedirle al Nuncio Apostólico en Cuba que facilitara el viaje de todas las hermanas que no tenían familia en Cuba para reunirse con sus familias en el extranjero. Contacté a las monjas del Colegio del Apostolado en Madrid para hospedar a aquellas de ellas que necesitaran viajar ahí desde el momento que llegaran hasta que pudieran organizar sus vidas ahí o en los Estados Unidos. Para aquellas hermanas que eran de fuera de La Habana pero estaban estudiando o trabajando en La Habana, encontré lugares para continuar quedándose en La Habana ya sea en conventos de otras comunidades de mujeres o en casas privadas de personas fieles vinculadas a nuestra comunidad. Cuando cerré las puertas de Remanso el 12 de mayo de 1969, todas tenían un lugar donde estar y una manera de continuar con sus vidas.
En agosto de 1969 solicité una reunión con los miembros del Tribunal Eclesiástico de la Conferencia de Obispos de Cuba. En un documento largo presenté una descripción detallada de los hechos que conocía y de mi entendimiento de las dificultades enfrentadas por la Cooperadora Diocesana desde el 7 de octubre de 1961 hasta su conclusión con la disolución de la comunidad. Una copia del mismo documento fue enviada al Cardenal del Arzobispado de Madrid y al Miniatura Apostólica en La Habana.
En 1979 algunas de las ex-Cooperadoras Diocesanas que viajaron fuera de Cuba después de mayo de 1969 regresaron a visitar Cuba. A través de ellas supe que en 1977 en los Estados Unidos tres sociólogos americanos publicaron un libro llamado Four Women. El libro es descrito como la historia oral de la Cuba Contemporánea a través de la historia de vida de cuatro mujeres cubanas de trasfondos y experiencias ampliamente variados. Una de esas mujeres era una miembro de las Cooperadoras Diocesanas con quien compartí siete años muy intensos de vida en comunidad y en trabajo apostólico. Después de leer la descripción vívida y dramática de su experiencia, pude cerrar un ciclo muy importante de mi vida añadiendo la última paja necesaria de paz a mi mente y a mi corazón.