Cuando mi hijo era pequeño me preguntó “Mamá ¿qué es eso de tener una buena actitud?”. Me di cuenta entonces que desde pequeño tanto la familia como los maestros le repetÃan “eso no es una buena actitud”, “debes de tener buena actitud” pero no siempre le decÃamos qué querÃamos decir con esto.
Las actitudes son predisposiciones para actuar, que no nacen con el sujeto, sino que se forman y se aprenden a lo largo de la vida de nada persona a medida que interactúa con su medio ambiente fÃsico y social. A medida que la persona va acquiriendo su propia experiencia en la vida. Por tanto, las actitudes se van a derivar del tipo de sociedad, de familia y de educación formal e informal que la persona reciba. Repito la idea porque es muy importante: las actitudes se forman de acuerdo al contexto social donde el sujeto vive y se desenvuelve. Dependen de los núcleos familiares, educacionales, sociales donde el niño viva, crezca y se desenvuelva.
Conocemos las actitudes de una persona por su conducta en la vida. Las actitudes ejercen una influencia directiva en la conducta (le dan dirección e impulso), son la fuerza ideológica, emotiva y volitiva detrás de las reacciones y concepciones que el sujeto tiene ante una situación contidiana.
Las actitudes del ser humano se organizan entre sà formando un sistema “consistente” (es decir, sin contradicciones internas) que van a ser, al propio tiempo, principio y medio para que se forme la escala de valores producto del aprendizaje social en el hogar, en la escuela, en la sociedad en general. Aunque las actitudes de una persona madura constituyen estados estables de dirección y de acción de la conducta humana, esto no implica que sea imposible transformarlas o modificarlas. Cuando el modo de pensar y de sentir no concuerdan con el modo en que la persona está actuando, o cuando el modo de pensar y de actuar no concuerda con el modo de sentir, o finalmente, cuando el modo de sentir y de actuar no concuerdan con el modo de pensar de la persona se dice que ésta tiene actitudes inconsistentes y este es el principio de un trabajo interno de re-evaluación de la propia postura en la vida y de redefinir el qué, el cómo, el cuándo y el cuánto para re-adecuar la dirección en la vida.
La explicación anterior nos lleva de la mano a los tres componentes de las actitudes: las actitudes son predisposiciones estables de pensar, de sentir y de actuar que le dan un sentido y una dirección a nuestra vida. Que nos permiten saber qué queremos, porque lo queremos y con cuánta intensidad lo queremo
A lo largo del proceso de crecimiento, socialización, educación formal e informal todos y cada uno de nosotros, de una forma más o menos conscientes, tenemos una “idea”, o “creencia”, u “opinion” ante la vida y de la vida que viene a constituir nuestra “filosofÃa” en la vida. Estas ideas, creencias u opiniones estan más o menos “amontonadas” en nuestro interior, o más o menos”enlazadas entre sÔ… Durante el desarrollo psico-social del adolescente estas actitudes se van organizando, se jerarquizan, y se estructuran y nuestras actitudes se hacen claras, se definen y dejan de ser vagas y confusas. La forma en que enfocamos la vida de acuerdo a nuestros criterios constituye el componente cognitivo de la actitud que se asuma. Por otra parte, la vida no se desarrolla de una forma “apagada”, o “seca”, o”frÃa” sino que cada situación que vivimos y cada persona con la que nos relacionamos despierta en nosotros un sentimiento “coloreado”, con brillo, calor y vida. Es decir, con cada objeto, sujeto, situación que nos relacionamos establecemos un vÃnculo de agrado o desagrado que nos lleva a sentirnos atraÃdos o a rechazarlo. Y asi, poco a poco, estructuramos internamente nuestra vida emocional que a su vez va a constituir el componente afectivo de nuestras actitudes en la vida.
Finalmente, todo lo anterior nos lleva a concluir que no actuamos nunca al azar, sin saber por qué sino obedeciendo a una idea o creencia, o a un sentimiento o emoción, aunque éstos estén a un nivel tal poco consciente que no nos damos cuenta del por qué actuamos o por qué nos inhibimos de actuar.
ArtÃculo publicado en el periódico El Sol de la Florida, Octubre 31 de 1981.