Cada grupo humano tiene una tierra que le pertenece y una riqueza geográfica con la que interactúa constantemente para su sobrevivencia. Cada grupo humano deriva sus rutinas y sus costumbres, sus tradiciones, sus normas y reglas de participación y de integración de esa interacción continua entre el grupo y su medio ambiente fÃsico. La riqueza o la pobreza de la tierra en la que el grupo vive y se ha asentado por generaciones, sus medios de producción y de ganar el sustento diario van a definir y a determinar la organización interna de gobierno que ese grupo va a tener, y va tambien a jerarquizar sus ideas sobre qué es lo más importante para el grupo y por qué es importante.
Estas ideas o juicios son los valores del grupo. Nosotros usamos los valores constantemente, de forma consciente o inconsciente, cuando tomamos decisiones o cuando juzgamos nuestras acciones o las de los demás. Los valores organizados y jerarquizados van a constituir la columna vertebral de la cultura del grupo. Ellos van a definir cómo un grupo es.
“La cultura se va formando y se va transformando en base a la continua experiencia histórica y vital de los pueblos. La cultura se trasmite a través del proceso de tradición generacional. El ser humano nace y se desarrolla en el seno de una determinada sociedad, condicionada y enriquecida por una cultura particular (que) recibe, modifica creativamente y que sigue transmitiendo. La cultura es una realidad histórica y social†(III Conferencia General del CELAM, 1979, p. 392).
Asi, por designio de Dios, cada persona nace y crece dentro de unas circunstancias especÃficas de tiempo y de espacio, dentro de un grupo social especÃfico, dentro de una cultura que le moldea como ente social, como ciudadano de un lugar especÃfico, que le define su identidad.
Tal como dijéramos anteriormente la familia es el primer sistema natural y la primera célula de todo grupo social. La familia es intermediaria y mediadora entre las personas que la componen y el grupo social al que ellos pertenecen. A través del proceso de socialización, los padres conforman a los nuevos miembros proveyéndoles (1) de estilos “culturalmente especÃficos†de percibir, procesar lo percibido, recordar, pensar y de entender la realidad, -de encontrar la lógica y el significado social de todo lo que sucede en su entorno-; y (2) de formas “culturalmente especÃficas†de relacionarse con los otros, de entender y de usar los sÃmbolos verbales y no verbales cuando se comunican. De igual modo, por medio del interactivo proceso de socialización (tambien llamado “enculturación) entre los padres, la sociedad y los hijos, los padres contribuyen a la formación de la identidad étnica de los hijos.
Los padres no sólo preparan a los hijos para su entrada en la sociedad sino que le entrenan dÃa a dÃa al darles ejemplos de los valores, hábitos, costumbres, y expectativas socio-culturales del grupo al cual la familia pertenece. Asà la familia prepara el relevo generacional capaz de encajar armónica y adecuadamente en el medio ambiente socio-cultural del grupo al cual pertenece. Más aún, le prepara para llenar responsablemente el espacio historico que cada ser humano tiene asignado en la humanidad. Porque cada relevo generacional está llamado a usar los medios politicos a su alcance para administrar sabiamente los bienes del grupo, contribuyendo de esta forma a un nivel de progreso superior en su comunidad.
De la misma forma que cada región geográgica del mundo es distinta, cada grupo humano que existe en esa región ha desarrollado formas culturales distintas. La familia dentro de cada un ode esos grupos humanos “conforma†en sus miembros las formas especÃficas de percibir la realidad, de relacionarse los unos con los otros, de entender los sÃmbolos verbales y no verbales esenciales para comunicarse, para recordar, para pensar, para resolver problemas, para encontrarle sentido y lógica a todo lo que suceda.
Como vemos, la familia dentro de esos grupos sociales tiene la tarea insustituible e inalienable de acompañar y de asistir a cada miembro de la familia mientras ellos incorporan elementos socio-culturales, crean sus propias respuestas únicas y negocian su identidad, su estima y su valoración individual.
En conclusion, (1) el contxto geográfico y socio-cultural donde cada persona nace y crece, se convierte en el contenido que da forma a los diferentes elementso que integran su personalidad; y (2) la familia es el primer sistema natural y social que hace posible no solo que ésto suceda sino que contribuye a que todos los miembros de la familia sean socialmente responsables, psicológicamente sanos y espiritualmente libres.
Si por designio divino cada hombre y cada mujer está llamado a ser y a pertenecer a un grupo socio-cultural especÃfico, ¿está el proceso de migración tambien en el Plan de Dios?
Nuestra tradición judeo-cristiana nos relata que Dios dijo a Abraham “toma todo lo que tienes, empaca, y ve a la tierra que Yo te tengo destinada†(Gen. 12). Por designio divino, el pueblo escogido por Dios para ser depositario de su Palabra y de su Misterio tiene que vivir la experiencia de la migración como condición primera e ineludible.
El plan salvÃfico de Dios se inicia con el paso, con una Pascua, con un misterio de muerte y de vida. El plan salvÃfico de Dios se inicia con un dejar atrás, deshacer ataduras, abandonar lo que se tiene, morir… y confiadamente, cerrando los ojos, entregarse a la segura providencia del que Es, e iniciar su peregrinar, el caminar hacia una nueva vida, hacia asentarse en tierra extraña. Para entonces volver a empezar: rehacer el ser y rehacer el vivir.
Las familias migrantes Hispanas son familias que como Abraham rompen sus historias personales; que como Abraham recogen sus cosas y se van de un lugar a otro, por muchas razones, a veces voluntaria, a veces involuntariamente. Las familias migrantes Hispanas interrumpen el hilo de sus vidas, cortan sus ataduras a sus grupos sociales, cercenan sus interacciones socio-culturales para volver a crecer en un suelo diferente, bajo un cielo distinto, arrimándose a un grupo social que no los vió ni nacer ni crecer, que es extraño.
Las familias migrantes Hispanas, como Abraham, remueven las raÃces del arbol de sus vidas, y por un tiempo, tienen esas raÃces al aire mientras buscan una tierra propicia para volver a replantarlas. Y todo trasnplante, por bien cuidado y planeado que se haga, conlleva riesgos, conlleva vulnerabilidad para las raices y por consiguiente para el arbol en sÃ.
Las familias migrantes Hispanas sufren la angusria y el dolor del desprendimiento al tiempo que trabajan ardorosamente y tenazmente para restablecer el sentdio de continuidad en sus vidas. A través de contactos, de choques, de conflictos, de frustraciones, de disonancias, de tensiones, de crisis… en medio de malos entendidos, de discriminaciones, en casos hasta de persecusiones… las familias migrantes entretejen de nuevo los hilos del lienzo roto de sus pasados –usando para ello cada palabra nueva que aprenden, cada costumbre que adivinan, cada norma que descubren, cada valor social que intuyen. Y lo hacen de prisa, y lo hacen olvidándose de sà mismas… las familias migrantes tienen la prisa y el olvido de sà mismo propio de la generosidad y de la misión que de ellas se espera.
A veces la meta parece prácticamene inalcanzable… la meta conlleva rehacer la historia, conlleva acomodarse de nuevo a diferentes circunstancias, conlleva validar aquà lo que se aprendió y se adquirió alla. Conlleva hacer decisiones y selecciones que les permitan vivir entre dos culturas, o en dos culturas, o recorriendo el camino par air de una cultura a otra… sin perder la herencia cultural que constituye el contenido de sus personalidades. Y lo hacen despacio, cuidadosamente, porque las familias migrantes Hispanas saben que si descuidan sus herencias culturales corren el riesgo de quedarse vacÃas por dentro. Cuidando sus herencias culturales pero la propio tiempo, re-ganando la articulación social necesaria para que cada miembro de la familia vuelva a sentirse vinculado/a a la nueva sociedad y pueda recibir el reconocimiento del grupo en que ahora vive, para que pueda recobrar el sentido de la propia dignidad y de la aceptación incondicional que se merece como reflejo que es del misterio del Dios Creador y Sanador.
La transición cultural que cada familia inmigrante vive se inicia cuando la familia decide abandonar sus tierras, sus gentes… y seguir el camino que descubre trazado en el Plan de Dios. Pero para que esa transición pueda llevarse a cabo felizmente la familia inmigrante no puede aislarse, no puede encerrarse en su dolor ni en su propia conmiseración, la familia necesita abrirse al contacto con “lo extrañoâ€. La transición es el resultado de la acumulación de interacciones entre las dos culturas que aunque diferentes no son otra cosa que expresiones parciales del quehacer amoroso de Dios. La transición conlleva acomodarse y diferenciarse; una y otra vez, tantas veces cuántas sean necesarias hasta alcanzar por medio de negociaciones individuales y colectivas una re-definición de la propia identidad.
Aunque la familia inmigrante experimente las mismas dificultades inherentes a su condición humana minoritaria –lucha por la sobreviviencia, por tener expresión y participación social ( y a veces religiosa), y por realizarse planamente como hijos de Dios-, la familia inmigrante está condicionada por las leyes de migración y por la opinion pública y los medios de comunicación masiva que están presentando la migración como un problema que requiere soluciones drásticas.
Las familias inmigrantes se sienten frecuentemente desamparadas, sin apoyo, sin saber a dónde volverse para encontrar ayuda. La pobreza y la discriminación juegan un papel en este cuadro: hacen a las familias más vulnerables, las tentaciones se hacen más fuertes –a veces insostenibles-, la ira y la frustración se hacen malas compañeras. El deseo de tener, la necesidad de sentirse vinculado, de sentir la pertenencia al grupo, la identidad confusa… llevan a los jóvenes y a los no tan jóvenes a rendirse, a optar por lo que parece ser más fácil (y que a la larga sera la trayectoria más árida y difÃcil porque es la que separa del camino de Dios).
No siempre resulta fácil descubrir en nuestras vidas personales cómo detrás de la cruz redentora está la presencia mÃstica del misterio Pascual escrito en el Plan de Dios. Apreciar el momento de gracia y de crecimiento espiritual cuando se calza la sandalia de peregrino y se sale a buscar hospedaje, cuando se daja todo atrás y se experimenta la pobreza evangélica de tener sólo Su mensaje, Su certeza, y Su esperanza en Su presencia providente es un reto y una oportunidad de crecimiento par alas familias inmigrantes.
Se ha dicho que en cada familia inmigrante hay voces proféticas de denuncia social, que cada familia inmigrante es un clamor de justicia. Pero pocas veces hemos tenido oportunidad de reflexionar en el misterio de muerte-vida que conlleva la Pascua migratoria, en la oportunidad de crecimiento que encierra el poder desprendernos de todo lo que no es esencial para vivir solo con la confianza ciega en El que Es.